La enfermedad renal crónica comprende multitud de manifestaciones clínicas con repercusión sobre distintos aparatos o sistemas del organismo que pueden permanecer silentes hasta estadios avanzados. Entre ellas está la anemia, hipertensión arterial, alteración del metabolismo óseo-mineral, malnutrición, disfunción inmune, enfermedad cardiovascular, complicaciones hemorrágicas, neuropatía, edemas, trastornos electrolíticos y del medio interno (hiperpotasemia, acidosis, hiperfosforemia, hipocalcemia) y pericarditis. El abordaje terapéutico de la enfermedad renal crónica va encaminado a tratar las causas reversibles, prevenir o enlentecer la progresión (mediante un control estricto de la tensión arterial y el grado de proteinuria, para lo que se emplean fármacos como los IECA y/o ARA II), evitar factores que la agraven, tratar las complicaciones secundarias y en estadios avanzados preparar con antelación la entrada en diálisis, tanto para evitar la morbilidad adicional como para facilitar la aceptación desde un punto de vista psicológico del tratamiento. Se recomienda remitir al nefrólogo al paciente al menos cuando el filtrado glomerular es menor de 30 ml/minuto o antes. Las medidas higiénico-dietéticas constituyen un pilar fundamental en el tratamiento de la enfermedad renal crónica, y consiste en restringir la ingesta proteica (0,8-1 g/kg/día, 60% de proteínas de alto valor biológico) y de la sal (100 mEq/día con o sin diurético), control glucémico (con el objetivo de mantener la hemoglobina glucosilada < 7), tratar el sobrepeso y la obesidad y abandono del hábito tabáquico. La anemia es una complicación frecuente con un FG < 30 ml/minuto por déficit de eritropoyetina. Requiere un tratamiento con hierro (oral o intravenoso) y agentes estimulantes de la eritropoyesis. Las alteraciones del metabolismo óseo-mineral incluyen una o más de las siguientes alteraciones: bioquímicas (calcio, fósforo, hormona paratiroidea y vitamina D), óseas (remodelado, mineralización, volumen, crecimiento o fragilidad) y calcificaciones (cardiovasculares o de tejidos blandos). La hipertensión arterial es una manifestación clínica muy frecuente, que además influye en el grado de progresión de la enfermedad renal. Para su tratamiento se recomienda emplear fármacos como los IECA y/o ARA II (vigilando las cifras de potasio y creatinina en 3-5 días) y procurar cifras máximas de tensión arterial de 130/80 mm Hg. El manejo de fármacos en la enfermedad renal crónica supone ajustar dosis según cada caso.
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